El otro carnaval correntino

Con unas dimensiones impactantes, el encuentro reúne diversas expresiones del género. Junto a varios nombres consagrados a nivel nacional, el público ubicó al cantor-cuentista Mario Bofill en el podio de las ovaciones registradas en la segunda y la tercera noche.

Por Carlos Bevilacqua

Desde Corrientes“Mientras suene mi acordeona, tengo todo para vivir” cantaba Mario Bofill bien entrada la madrugada del viernes. El verso de “Cantalicio vendió su acordeón” es sencillo, pero entonado en medio de la euforia de 10.000 personas, es un buen resumen del espíritu que reinó en la XX Fiesta Nacional del Chamamé, que comenzó el miércoles pasado y que culminará hoy en la capital correntina. Más allá de la exaltación puntual del instrumento emblemático del género, Bofill constituye un fenómeno de popularidad. De hecho, su nombre era coreado por la multitud una hora antes de su actuación. Durante décadas habitué de humildes escenarios del interior, recién en los últimos años logró imponer masivamente su estilo de carismático juglar en toda la región del NEA. El hombre no sólo conmueve con poderosas versiones de clásicos del chamamé, sino que prologa las canciones con un relato costumbrista relacionado con la letra. De pronto, como un Landriscina visceral y caprichoso, es capaz de interrumpir lo que viene cantando para volver a hablar o empezar con otra pieza.

No fue el único que levantó a la platea del hermoso Anfiteatro Cocomarola, colmado en toda su capacidad durante las tres primeras noches de la fiesta. El jueves, a poco de inaugurarse el maratónico cronograma de 22 números artísticos, un renovado Cuarteto Santa Ana también había provocado una catarata de sapukái. Otros que despertaron el fervor guaraní fueron Los de Imaguaré, aunque con una propuesta que poco se diferenciaba de las de otros grupos tradicionales. Ya con un tono de matices cómicos, recibió merecidas ovaciones “Yayo” Cáceres, un joven cantor de excelente dicción y gran expresividad pero casi desconocido para el público local, porque lleva varios años radicado en España. También profetas del chamamé en otras tierras, Rudi y Niní Flores se valieron de una guitarra y un acordeón para elevar las almas oyentes a alturas insospechadas, tal como lo hacen de común en Francia. Conjugando calidad y repercusión popular, Teresa Parodi se despachó con una demoledora selección de chamamés que marcaron su carrera. Emociona comprobar que mantiene sus capacidades vocales intactas para interpretar “Pueblero de allá ité”, “Cielo de Mantilla” o “Esa musiquita”. Ella también se había quebrado en lágrimas poco antes de la despedida, cuando ante los gritos desaforados de la gente plebiscitó el bis entre “Apurate José” y “Pedro Canoero” (por el que finalmente se inclinó la mayoría).
La luna del viernes concentró grandes emociones. La descripta actuación de Bofill fue precedida por la de una venerada Ramona Galarza, 52 años después de su debut. La novia del Paraná mostró una voz todavía vigente, esta vez para las temáticas patrióticas de un repertorio que buscó rimar con la conmemoración del Bicentenario. En la misma sintonía nostálgica, la cantante Ofelia Leiva (integrante del mítico dúo Rosendo y Ofelia) recorrió primero sus hits más románticos para terminar bien arriba con la pegadiza canción oficial de la fiesta. En el camino, hasta logró ponerle onda a la somnífera marcha escolar “Aurora” valiéndose de los aires chamameceros con que empujaban sus músicos desde atrás. Otra voz femenina, la de Gicela Méndez Ribeiro, resultó ser el gran hallazgo de la noche por su estilo dulce y afinado, a su vez capaz de manejar con soltura el escenario sin caer en histrionismos demagógicos.
Entre tanta música en vivo, el Ballet Folklórico Nacional intercaló dos cuadros de excelente factura, uno de ellos alusivos a personajes prototípicos de la región. Por lo demás, la danza tuvo un lugar marginal, reducido a otras entradas de un Ballet Oficial de la Fiesta y a unas pocas parejas acompañantes de algunos intérpretes musicales. Ni siquiera la bailanta gratuita montada en el camping aledaño de Puente Pexoa llegó a generar una movida trascendente en lo cuantitativo. Planteada como una instancia complementaria, más relajada y participativa de la fiesta, no pasó de ser una colorida curiosidad: la de algunos bailarines aficionados moviéndose al compás de grupos chamameceros tradicionales, todos como ajenos al agobiante calor húmedo que se imponía entre las 11 y las 18, horario dispuesto para la actividad.

El sábado, una versión correntina del diluvio universal obligó a postergar para la noche de ayer las actuaciones de Antonio Tarragó Ros, el “Chango” Spasiuk y Mateo Villalba, entre otras dos decenas de números artísticos. La fiesta, auspiciada este año por la Secretaría de Cultura de la Nación como parte de los festejos por el Bicentenario, terminará hoy por la noche con las presentaciones de otros 26 grupos y solistas en una función a precios populares y cuya recaudación será destinada a entidades de bien público. Una buena forma de redondear la buena imagen general que dejó la Subsecretaría de Cultura de la provincia al organizar un mega-evento cargado de cuantiosa infraestructura técnica, variadas expresiones artísticas y mucha pasión popular.

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